One Club Player

Fiel a la franquicia

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Fiel a la franquicia

Reportaje publicado en el medio digital Maldita Cultura:

El 28 de octubre de 2015, después de una larga lesión, Kobe Bryant reapareció para disputar su temporada número veinte como jugador de una de las franquicias más emblemáticas de la NBA, Los Ángeles Lakers. Y así logró batir el récord que hasta el momento ostentaba otro clásico imperecedero, John Stockton, como el jugador con más temporadas en una sola franquicia de la mejor liga del mundo. Justo un mes después de su reaparición, la Mamba Negra anunció al mundo que esa sería su última temporada como jugador de baloncesto y dio inicio a homenajes en todos los estadios visitados, algo nunca visto desde la retirada definitiva de His Airness Michael Jordan, ídolo y espejo en el que Kobe se ha mirado durante toda su carrera. 20 años de fidelidad mutua entre franquicia y jugador, fenómeno cada vez más raro también en la NBA pero no único. Kobe es un one club player y el último gran dinosaurio de la NBA.

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Ambición, talento natural, fe ciega en sus posibilidades, fortaleza mental a prueba de críticas… los epítetos se quedan cortos para definir a la Mamba Negra. Pero ninguno lo ilustra mejor que la furiosa concentración de su mirada, la posesión de su cuerpo en pos de un objetivo superior, la visión de los elegidos: Kobe Bryant, Rafa Nadal, Kevin Garnett, Michael Jordan o Eddie Vedder (véase State of love and trust del MTV Unplugged de Pearl Jam). El heredero natural de Jordan, símbolo de la NBA en la primera década de este siglo -con permiso de Tim Duncan, el genio silencioso-, y coleccionista compulsivo de menciones: tercer máximo anotador de la NBA, segunda mayor puntuación en un partido -81, solo tras los míticos cien puntos de Chamberlain-; 18 apariciones y máximo anotador del All-Star; quince presencias en los mejores quintetos de la NBA; y doce veces en los mejores equipos defensivos. Pero si algo sobresale en Kobe es su ansia por ganar y vaya si le ha funcionado: cinco anillos de la NBA, dos oros olímpicos, un MVP de la temporada regular, dos MVP de las Finales y cuatro MVP del All-Star. El emblema de una generación de aficionados al basket, carta de presentación de una liga a la que siempre han engrandecido sus leyendas, jugadores que desafiaron los récords que ni siquiera parecían posibles. Dinastías y rivalidades que han creado afición al mayor espectáculo del mundo durante décadas y donde siempre han brillado con luz propia aquellos entregados a una carrera monocromática, a una camiseta y un pabellón que sintieron como suyo.

A pesar de ser su miembro más rutilante, el círculo de los one club player de este milenio no se reduce al color púrpura y oro de Kobe Bryant. Si bien este no ha dejado de batir récords, un jugador tan diferente a él como Tim Duncan ha sido su némesis y principal rival a la hora de gobernar la NBA con puño de hierro en los últimos quince años. 19 temporadas en San Antonio Spurs en los que se ha embolsado dos MVP de la temporada regular y cinco anillos aderezados con tres MVP de las Finales. Casi nada para el chico tímido de las Islas Vírgenes, el Mozart del tiro a tabla, conocido en la NBA como The Big Fundamental pero al que sus éxitos y el gran Montes renombraron como Tim Siglo XXI Duncan. Por si fuera poco, es el tercer jugador tras Parish y Abdul-Jabbar en alcanzar las mil victorias en la NBA, con la diferencia de que Timmy D ha sido el único en hacerlo enfundado en una sola camiseta. Tras casi dos décadas sufriéndose, Duncan no pospuso su retirada un año más y junto a la Mamba Negra y al también retirado Kevin Garnett dejaron huérfana a la NBA de algunos de sus iconos más duraderos. Viendo en retrospectiva la carrera del bueno de Tim solo podemos decir: Bendito huracán que lo alejó de la natación y lo puso en una cancha de basket.

Otro futuro Hall of Fame y leyenda aún en activo es Dirk Nowitzki. 19 temporadas con la elástica de Dallas Mavericks le contemplan y le valen para ser el tercer máximo anotador en un solo equipo tras Kobe y Malone. Emblema absoluto de la franquicia a la que llevó a ganar su primer anillo, Nowitzki es el único jugador europeo elegido MVP de la mejor liga del mundo y no contento con ello, ha sido el principal precursor en la última revolución del juego de la canasta, el lanzamiento de tres puntos. Antes de su aparición hubiera sido una locura pensar que existiría un jugador de 2’13 m-un siete pies- capaz de lanzar de tres como lo hace Dirk Robin Hood Nowitzki, un fijo en las quinielas para mejor jugador europeo de siempre.

En los campeonatos disputados en este siglo, solo en tres ocasiones se alzaron con el trofeo equipos en los que no estuvieran presentes ninguna de estas leyendas aún en activo. Evidentemente no todos los jugadores fieles a un equipo han sido grandes estrellas, pero los one club player siempre levantan simpatías entre los aficionados, conscientes del valor de aguantar en un equipo durante tantos años. Ejemplos de ello son Jeff Foster (Indiana Pacers) o el recientemente retirado Nick Collison (Seattle Supersonics/Oklahoma City Thunder), siempre a la sombra del trabajo colectivo pero presentes en el imaginario de los fans.

A la sombra de His Airness

Esa especie, la de los one club player, a la que los nuevos convenios y contratos televisivos ponen al borde del peligro de extinción, ha escrito algunas de las páginas más doradas de la NBA y la década de los 90 no iba a ser la excepción. Una década dominada por el rojo de los Chicago Bulls de Michael Jordan y de los Houston Rockets de Hakeem Olajuwon, curiosamente dos nombres asociados a esos equipos a pesar de terminar sus carreras vistiendo otras elásticas diferentes. La cosecha de one club player de los últimos años del siglo XX está plagada de nombres ilustres que vivieron bajo el reinado del terror de Air Jordan, estrellas que de no haber coincidido con una de las dinastías más potentes de la historia seguro que contarían varios anillos entre sus dedos.

El paradigma de leyenda sin anillo lo encarnan a la perfección John Stockton y Karl Malone, con toda una vida en Utah Jazz a pesar de que El Cartero jugó su última temporada en los Lakers del fracasado Big Four junto a Shaquille, Kobe y Gary Payton. Dos finales perdidas ante los Bulls no restan ni un ápice los méritos de Stockton para ser considerado uno de los mejores bases de la historia, loas corroboradas por sus increíbles números liderando la clasificación histórica en asistencias y robos, las quintaesencias del playmaker. No hay amante del buen baloncesto que no recuerde por siempre a Stockton y su perpetua conexión con Malone.

Además de los Jazz, en el selecto grupo de los damnificados por los Bulls de Jordan en primera instancia y por los Lakers de Kobe y O’Neal después, no pueden faltar los Indiana Pacers del gran Reggie Miller y de su secundario de lujo, el holandés Rik Smits. Un equipo para la historia dirigido por Larry Bird y con la presencia de leyendas como Mark Jackson y Chris Mullin. Cómo olvidar ese ‘Tiempo de Miller, tiempo de killer‘ en el que le endosó ocho puntos en apenas nueve segundos a sus archienemigos Knicks. Otra de las franquicias que dejaron huella en los 90 fueron los Seattle Supersonics, subcampeones en 1996 tras perder -cómo no- contra Chicago Bulls, con un equipo dirigido por George Karl en el que destacaban Gary Payton, Shawn Kemp -uno de los mejores dunkers de siempre-, el alemán Detlef Schrempf, Sam Perkins y otro one club player, Nate McMillan, apodado Mr. Sonic por su longeva carrera en Seattle que terminó con su dorsal retirado tras 19 años en la franquicia.

El único one club player de los años 90 capaz de levantar el trofeo Larry O’Brien fue El Almirante David Robinson, célebre por formar las segundas Torres Gemelas de Texas -las originales las componían Olajuwon y Ralph Samson en Houston Rockets- junto a Tim Duncan, con el que ganó dos anillos antes de dejarle el testigo de la franquicia más ganadora de los últimos tiempos, los San Antonio Spurs.

Una rivalidad eterna

Pero si hablamos de antagonismos inmortales en la NBA, no tenemos más remedio que retrotraernos a la década anterior, la de los años 80, en la que Earvin Magic Johnson y Larry Bird revitalizaron a una liga en declive y que junto a la posterior aparición de Michael Jordan harían de la NBA lo que es hoy en día. Lakers o Celtics, Magic o Bird, en aquellos años no había mayor discusión en una NBA polarizada entre California y Massachussets. La mayor rivalidad entre las dos mejores franquicias y dos de los mejores jugadores que jamás hayan pisado un parqué. Una competencia y amistad que antes de llegar a la NBA ya se fraguó en la NCAA, en cuya final se enfrentaron -Magic en Michigan State y Bird en Indiana- con victoria y MVP para Johnson.

Magic, sobrenombre que explica de manera fiel su forma de jugar, revolucionó la NBA desde su temporada rookie: fue número uno del draft y consiguió el anillo de campeón tras ser protagonista en el partido decisivo de las finales en el que dejó su posición habitual de base, un base de 2,06 metros de altura, para suplir al lesionado Abdul-Jabbar, quizás el mejor pívot de la historia. Esa noche, uno de los capítulos más épicos de la NBA, comenzó a forjar la leyenda de Magic Johnson corroborada después con tres MVP de la liga y otros tantos de las Finales y cinco anillos en nueve finales disputadas. Y su leyenda hubiera sido mucho mayor de no haberse enfrentado tantas veces contra otra franquicia legendaria, los Celtics de John Parish, Kevin McHale y, sobre todo, de su némesis, Larry Bird.

Bird fue estrella de la NBA contra todo pronóstico y no porque no resaltara en su carrera previa al profesionalismo. A simple vista, nadie hubiera dicho que aquel tipo sería uno de los mejores jugadores de siempre, al fin y al cabo, Larry “solo era un paleto de French Lick” y su apariencia distaba mucho de la de un físico privilegiado. Pero, aunque hoy en día nos quieran convencer de que sí, en el deporte el físico no lo es todo y mucho menos en baloncesto. Claro está que un físico superdotado -estilo Shaquille O’Neal o Howard- facilita y mucho las cosas, pero existen ejemplos incontestables -Bird o el propio Iverson- que corroboran que la mente del competidor puede hacer maravillas. La carrera de Bird es un monumento al baloncesto y al saber hacer dentro de una cancha: jugador total, playmaker desde el puesto de alero -cuando esto no era tan común como ahora-, muñeca de terciopelo y mirada de asesino. Tres MVP consecutivos y dos más de las Finales, Rookie del Año por encima de Johnson y ser el pilar principal de la segunda época dorada de los Celtics, tras la de Auerbach y Bill Russell en los 60, dicen mucho del legado de Larry Legend. Su importancia en el mundo de la canasta va mucho más allá de su enorme contribución como jugador, alcanzando el éxito como entrenador de Indiana Pacers con los que alcanzó las Finales y, posteriormente, como Director de Operaciones de la misma franquicia. Bird es un icono, el equivalente de Clint Eastwood en el baloncesto y el único en levantar los galardones de Rookie del Año, MVP de la Liga, MVP de las Finales, Entrenador del Año y Ejecutivo del Año, algo difícilmente superable.

Casualidad o no, las dos franquicias que dominaron los 80 tenían un one club player como líder del equipo. Pero, casualidad o no, no estaban solos en su categoría dentro de sus equipos. Magic tuvo otro one club player como escudero de lujo: James Worthy, todo un número uno del Draft. Big Game James fue el tercer puntal de los Lakers tras Jabbar y Magic en el showtime de Pat Riley y ha alcanzado todo lo que un one club player sueña con lograr: tres anillos con un MVP en las finales de 1988, ser Hall of Fame y ver su número 42 ondeando en lo alto del pabellón más glamouroso -con permiso del Madison Square Garden- de la NBA. Por su parte, Bird conformó, gracias a las brillantes acciones de Red Auerbach desde los despachos, el Big Three original de Boston Celtics junto al gran Robert Parish y a otro one club player, Kevin McHale. El power forward de Minnesota vio su dorsal retirado y su nombre incluido en el Hall of Fame, así como en la exclusiva lista de los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA, honor que compartió junto a sus dos compañeros. Reggie Lewis, que vio truncada su carrera por un ataque al corazón en 1993 cuando tenía solo 27 años, cierra la lista de one club player de la franquicia de Massachusets.

Hay vida mas allá de Lakers y Celtics

En los 80 también existió baloncesto que no llevara el nombre de Lakers y Celtics y ese pequeño resquicio lo aprovecharon otras franquicias para subir a lo más alto. Los Sixers de Julius Dr. J Erving, Mo Malone y su célebre ‘fo, fo, fo’ evitaron que se alargara la racha de los Lakers en 1983, pero fueron los Detroit Pistons los que pusieron punto y final a la hegemonía compartida de Lakers-Celtics. Dejaron atrás la fantasía del showtime para imponer un juego duro en defensa y primar la intensidad por encima de todo. Chuck Daly, director del Dream Team, puso la batuta en la orquesta de la Motown, que contó con intérpretes tan carismáticos como Bill Laimbeer, Rick Mahorn o Dennis Rodman y dos one club player como primeros violinistas, Joe Dumars y, sobre todo, Isiah Thomas. Dos campeonatos consecutivos y un estilo de juego inimitable hicieron de los Bad Boys una dinastía, ejemplo de juego coral pero con uno de los mejores jugadores de siempre marcando diferencias. Zeke, el gran ausente del Dream Team, prototipo de jugador talentoso y personalidad arrolladora fue el primer espada de un equipo cuyas armas fueron el bloque y la competitividad. Algo necesario para hacerle frente a la jungla de la NBA con los Celtics de Bird, los Lakers de Magic y Jabbar y los pujantes Bulls de Jordan al acecho de cualquier título.

Fuera del palmarés en lo referente a anillos pero con una carrera individual destacada tenemos a otro one club player mítico de los años 80, al gran Mark Eaton y lo de grande no es porque sí. Sus 2,24 cms de altura le permitieron destacar como pívot durante sus once temporadas como profesional, todas ellas en Utah Jazz donde compartió equipo con Malone, Stockton o Adrian Dantley. Dos veces elegido mejor defensor de la NBA, una presencia en el All Star y, sobre todo, tener el mejor porcentaje en tapones por partido de la historia -y cuarto en totales tras Olajuwon, Jabbar y Mutombo-, le han hecho acreedor de un dorsal retirado en lo alto del pabellón que le vio jugar.

Leyendas en los albores de la NBA

Los años 80 resultaron ser la revolución de la NBA y la revitalización de una liga en horas bajas en términos de seguimiento popular. Pero este hecho no difumina la enorme lista de jugadores destacados de los años previos a esta explosión, a la que podríamos llamar la época dorada de los one club player. En gran medida, esto se lo debemos agradecer a un equipo legendario, al grupo de jugadores y técnicos que patentaron el término dinastía en la NBA, a los Boston Celtics de los años 60. La nómina de este equipo incluyó a los jugadores más ganadores de la NBA con un total de once anillos en su haber entre 1957 y 1969, ocho de ellos consecutivos. Jim Loscutoff, Frank Ramsey, Sam Jones, KC Jones o Tom Heinsohn fueron pilares para la única franquicia para la qeu jugaron pero los cimientos sobre los que se soportó la mayor dinastía de la NBA fueron Bill Russell, John Havlicek y Red Auerbach.

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Los Celtics de 1960 y sus one club player: Bill Russell, Tom Heinsohn, Jim Loscutoff, KC Jones, Frank Ramsey y Sam Jones. Imagen: Wikicommons.

Hay poco que decir de Bill Russell que no se haya dicho ya. Su palmarés hablar por él: once títulos como jugador, récord absoluto de la NBA al que solo se acercan alguno de sus compañeros de equipo y el suertudo Robert Big Shot Rob Horry; cinco veces mejor jugador de la liga y miembro del  Hall of Fame. Además es considerado uno de los mejores defensores de la historia, un guerrero cuya defensa no se ha reducido a rebotear y taponar tiros en su canasta, sino que ha estado presente en los derechos civiles, siendo un reconocido activista contra el racismo que él y su familia sufrieron en sus propias carnes. La pintura de los Celtics en los 60 estuvo dominada por Russell al igual que el perímetro del Boston Garden era territorio privado de John Havlicek, conocido como Hondo por la película de John Wayne. Si destacar en una franquicia con una historia repleta de grandes jugadores ya se antoja complicado, ostentar los récords de mayor número de partidos jugados y de mayor anotación en los Boston Celtics son palabras mayores. Si a esto le sumamos ocho títulos de la NBA, trece presencias en el All Star y un MVP de las Finales, obtenemos un Hall of Fame en toda regla y una leyenda cuyo dorsal ondea en el pabellón de los Celtics como recuerdo del mejor sexto hombre de la historia.

Los términos one club player y Boston Celtics fueron un binomio prácticamente indisoluble en los años 60 pero hubo otros grandes jugadores de la época que se retiraron sin conocer más que un color. Si hablamos de Massachusets no podemos dejar de referirnos también a California, al otro extremo de ese país al que algunos llaman continente, a ese mar de carreteras perdidas entre desiertos, montañas y maizales. Y si referimos a los Celtics no podemos dejar de hablar de los Lakers, sus enemigos íntimos, el espejo frente al que se saborean las victorias. Aunque no tan prolíficos como los Celtics, los Lakers tuvieron en su plantilla a dos jugadores de talla histórica a lo largo de la década de los 60. Por un lado, Elgin Baylor, prolífico anotador con diez presencias en el mejor quinteto, once All-Stars y Hall of Fame que presenció el cambio de Lakers de la ciudad a la que debe su nombre -el término laguneros hace referencia a la zona de Minneapolis-, a la soleada California. Por otro, Jerry West, conocido como The Logo por dar forma al logotipo de la NBA, es el equivalente a Auerbach o Bird de la franquicia púrpura y oro. En su etapa de jugador, además de numerosos galardones -un campeonato y un MVP de las finales de la NCAA, un anillo de la NBA, catorce All Star con un MVP, mejor anotador o mejor asistente de la NBA-, Mr Clutch logró algo que ningún otro jugador ha logrado, ganar el MVP de las Finales sin haber llevado a su equipo a la victoria. Tras su exitoso paso por el parqué, cambió la elástica por la corbata y se dedicó a construir una dinastía en el viejo Fórum de Inglewood, donde su influencia ha dejado una inercia ganadora de treinta años. Desde los despachos apadrinó a un joven Pat Riley, fue el artífice del traspaso que llevó a Shaquille O’Neal a Los Ángeles, cambió a Divac por un joven Kobe en un movimiento controvertido y dejó a Phil Jackson al cargo de la nave angelina, casi nada. Todo esto y sus consecuencias le hicieron acreedor de un título al Ejecutivo del Año, galardón que repetiría tras dejar L.A. y llevar a una franquicia perdedora como Memphis Grizzlies a playoffs durante tres temporadas consecutivas.

La otra gran plaza de la NBA también tuvo un one club player en su época dorada, esa en la los Knickerbockers no eran el esperpento en el que se ha convertido en el siglo XXI. Willis Reed formó parte del equipo, junto a Walt Frazier, Dave DeBusschere, Phil Jackson y Earl The Pearl Monroe, artífice de los dos únicos títulos que ondean sobre el Madison Square Garden y de la época dorada del equipo de la Gran Manzana. Además Reed fue el primer jugador capaz de ganar MVP de la liga, de las Finales y del All Star en la misma temporada. Precisamente, en ese curso debutaba en los San Diego Rockets -en su último año antes de cambiar a Houston- Rudy Tomjanovich, nombre grabado a fuego en los anuarios de la franquicia texana y no precisamente por su desempeño como jugador, a pesar de ser elegido segundo en el Draft y considerado cinco veces All Star. Su apellido se inscribió con letras bordadas en la historia de los Rockets como el entrenador capaz de llevarlos a dos títulos consecutivos de la NBA en los años 90, con un equipo liderado por el gran bailarín Hakeem Olajuwon. Antes de tocar la gloria como coach, Tomjanovich se hizo tristemente famoso por recibir un puñetazo de Kermit Washington en mitad de un partido, suceso narrado magistralmente -como siempre- por Gonzalo Vázquez en este artículo.


Kobe Bryant y Tim Duncan, retirados. Dirk Nowitzki y Dwayne Wade, en el ocaso de sus carreras. El panorama se presenta desolador. Y si esto no es suficiente tragedia para los amantes de un deporte con más sentimiento que dinero, de un baloncesto con más ídolos locales y menos sponsors comerciales, la sombra del nuevo contrato televisivo se cierne sobre los one club player del mañana y las agencias libres venideras. Hasta el momento, aun resisten un buen puñado de figuras destacadas de la NBA con varias campañas a sus espaldas que no se han movido de sus respectivas franquicias: Stephen Curry, Russell Westbrook, John  Wall, Mike Conley, DeAndre Jordan o Damian Lillard, mimbres de sobra para una generación de one club player para la historia. ¿Podremos reeditar este artículo dentro de una década y añadirle un nuevo apartado con jugadores aun en activo que sigan fieles a una franquicia y no sigan los cantos de sirena de los nuevos convenios? ¿O esto quedará reservado para jugadores sin tanto peso en la liga y con roles más secundarios? Permanezcan en antena y no se duerman en el sofá.

error: © Bernardo Cruz